Fidalgo vuela alto, libre y auténtico en su última novela
Fidalgo, Carlos. El baile del fuego. 2023.
Carlos ya es Fidalgo y debuta en la champions de la novela actual con “El baile del fuego”. La pista de despegue de lo local a lo universal la tuvo en “Stuka” (2020), cuando demostró que su trayectoria no crecía aritméticamente sino de forma geométrica, o lo que es lo mismo, que el salto de calidad de cada obra nueva empequeñece a las anteriores y nos obliga a cambiar la escala del escritor en firme que ya es.
Fidalgo (pues) ya no duda (él, que me lo imagino media hora escogiendo camisa cada mañana y por eso las compra casi todas blancas…), va directo al grano, ha aligerado el boli y se suelta el pelo en esta novela que no era nada fácil en la partida. Primero porque cada vez se espera más de él, nadie que lo siga lo ve repitiendo la misma novela. Y segundo, por la arquitectura de la propia novela.
Muchos territorios (Madrid, pero también algo del Bierzo y Mondoñedo), diferentes épocas, abundancia de personajes históricos haciendo cameos o llevando el protagonismo en algunos momentos… y todo resuelto con agilidad en menos de 300 páginas que uno ha leído de un par de arreones como si nada.
El texto tiene intriga, es provocativo, maneja de forma genial las fuentes históricas para pintarnos los ambientes, llevarnos a tiempos que, al menos desde los ojos del periodista que es uno, le gustaría haber espiado, aunque fuera por la mirilla de Noodles en “Érase una vez en América” (por cierto, hay una escena en la parte final, en un camerino, que no quiero destripar pero que me recuerda muchísimo a otro encuentro final de esa película…). Al fin y al cabo, como decía Llamazares en «El cielo de Madrid», el artista recrea lo que tiene en la memoria… o lo que añora.
Todo en una historia de amor con la última guerra civil de por medio, con un tipo que pinta en Ponferrada basándose, de forma esquemática, en un fotógrafo local de biografía apasionante para después volar solo (sin tilde) en esos escenarios que marcaron la historia de este país. Es novela histórica, decimos, pero también novela negra, novela rosa, novela documental… hay lecturas múltiples y algunas, como la que enlaza con el título, muy sutiles.
Aquí desfilan Lorca y Dalí, María de Maeztu, Hemingway y Dos Passos, pero también la divina Ava y el macarra Dominguín, la Voz y Chicote… entre anarquistas, señoritos de provincias, falangistas camisas nuevas y, como en las películas de Hitchcock, personajes que nos hacen guiños como el adivinado Cunqueiro de gafas de pasta que aparece por Mondoñedo como si se acabara de levantar de su banco frente a la catedral.
Fidalgo escribe en el Diario de León desde hace un cuarto de siglo. Esta novela es deudora de su pasión por el reportaje de fondo hecho con tiempo (nunca el suficiente, claro, siempre haríamos algo sublime si nos dieran un día más…), del encuentro con un paisanaje increíble en el lugar menos pensado, del artículo rápido de puntapié. Pero también se muestra deudor de sus lecturas, que son muchas y muy variadas. Y uno, al leerlo, encuentra esa huella al cruzarlas con las propias.
Él dice que en esta novela está un reflejo de la Barcelona de Mendoza de La Ciudad de los Prodigios y del Caso Savolta… Los ambientes, el frío y el miedo en las calles, los mundos tan dispares de ricos y pobres. Tiempos de obediencia y jerarquías. Bien, vale, le compro la idea, pero me viene más a la cabeza el Madrid frenético del 36 que el catalán recrea en Riña de gatos, y especialmente ese deambular por las calles que casi piden un apéndice al final con un mapa comentado. Pero sí, es cierto, para eso tenemos internet.
Tiene pinceladas de novela fantástica que encaja muy bien con lo histórico, de sueños más vivos que algunas vivencias, y el llevar lo mágico a Mondoñedo… pues qué quieres que te diga, que me encanta tanto como a don Álvaro le gustaría contar en una bodega de techo bajo con un vino de Cacabelos y una bacalada bien desalada.
Es una novela de periodista, él lo reconoce, pero parece que esto últimamente es como una petición de perdón. Es novela de periodista porque es de frase corta, precisa, rápida, con la intriga del final de capítulo llamándote a empezar el siguiente y seguir, seguir… Pero viene a cuento porque se critica al periodista escritor porque para la narración con la búsqueda del dato exacto, de la explicación precisa como si estuviera en un periódico.
En la primera página tenemos a la protagonista tocando el piano y Fidalgo no se resiste a decirnos que las teclas eran “blancas y negras de marfil”… hombre, lo de blancas y negras casi que ya lo sabíamos, y lo de marfil… Pero bueno, no molesta, está pulido, y a mi como lector no me importa conocer los detalles. Es más, muchos de los lectores agradecerán matizar lo que fue la vida de los periodistas extranjeros en el Madrid del No Pasarán, y del ambiente de los locales míticos Pasapoga y Chicote en la Gran Vía, o cómo eran los ferrocarriles de posguerra, etc.
El ambiente del Chicote mezcla lo que pudo ser con un toque de novela negra. Hasta el barman es un enrollao con el protagonista como en una novela de Marlowe. Aquel garito que tenía patente de corso en la posguerra. Y sí, Fidalgo, sí se vendía penicilina de estraperlo. Al menos allí se fue Manuel Rodríguez y Rodríguez, antiguo alcalde de Toral y maestro en Villarrubín (Oencia) en aquellos tiempos de hambre, miedo y silencio, enviado por unos vecinos del pueblo que querían salvarle la vida a una mujer y él, que ejercía allí de médico aficionado a la vez que llevaba la escuela, cogió el tren en Toral y allí se fue, a conseguir las tres o cuatro inyecciones que salvaron la vida a aquella mujer. Cuando una dosis costaba lo que una vaca de la época, que no era una vaca de hoy… El precio de una vida también ha sufrido la inflación.
En definitiva, una novela que atrapa, que te hace pasar un rato agradable, que te revive una veintena de grandes personajes históricos que has conocido, amado o despreciado gracias al cine, la prensa, la música, igual que los de Parque Jurásico revivían los dinosaurios y le dan nueva vida. Con una ambientación exquisita y una suma quizá a veces exagerada de acontecimientos que reconozco que lejos de marear nos lleva en volandas hasta el final.
Cuando me encuentre con Carlos le preguntaré si sabe por qué se llamaba Magerit el club femenino. Sospecho que, si supiera que era el nombre árabe de la ciudad en el Emirato, lo habría puesto… y si no, ¡es que ya se ha librado para siempre del toque periodístico en la novela!
Ah, me olvidaba: No es una novela del Bierzo, aunque aparezca El Bierzo. Y menos mal.
8 abril de 2023