El Bierzo pierde en quince años un 20% de su viñedo y casi la mitad de los viticultores

Los vinos del Bierzo han con seguido en lo que llevamos de siglo un histórico crecimiento en número de bodegas, ventas, exportación, calidad y reconocimiento de la crítica internacional. Sin embargo, el proceso no ha tenido su reflejo en la expansión del viñedo y el número de viticultores. El sector apunta a los bajos precios de la uva en relación con el coste de producción y a la falta de relevo generacional. Pero, ¿es irreversible la situación? Todos creen que sí, y el secreto está en la marca Bierzo, visión de futuro y el trabajo en equipo.

Se dice que las crisis son momentos en los que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Tiempos de transición e incertidumbre en los que el hombre tiene ante sí encrucijadas ante las que decidir si sigue haciendo lo mismo de siempre, si hace un par de cambios para que todo siga igual, o si arriesga por el nuevo futuro.
En el mundo del vino del Bierzo sucede algo así. Se da la curiosa contradicción de que nunca en su historia ha logrado un reconocimiento tan unánime para sus elaboraciones por parte de la crítica nacional e internacional, nunca había logrado vender vinos tan caros, aunque fueran pocas botellas, y nunca había contado con tantos y tan buenos bodegueros. Y, sin embargo, la superficie de cultivo sigue bajando.
Según los datos aportados a la SEVI por el Consejo Regulador, en la actualidad producen vinos con DO Bierzo 3.018 hectáreas. La gran mayoría se trata de viñedo viejo, de más de setenta años, plantado en vaso, con la variedad mencía como reina del territorio seguida de la palomino o jerez.
En 2004, apenas diez años atrás, tocábamos techo con 4.282 hectáreas, lo que supone una disminución de un 19% de la superficie oficial de viñedo para vinos de calidad. ¿Qué ha pasado?

Vendimia en El Bierzo, Palacio de Canedo
La clave está en el precio de la uva

Parte se ha abandonado y otra parte queda fuera de la DO. Para la mayor parte de los viticultores consultados la culpa la tienen los bajos precios del vino y, por consiguiente, de la uva. Sin citar a competidores, todos señalan como un gran problema el que se vendan vinos jóvenes por debajo de los 2 euros partiendo de precios de uva de entre 20 y 30 céntimos.
Miguel Ángel Amigo, de la bodega Luzdivina Amigo de Parandones, es un ejemplo de la nueva generación que ha apostado por vinificar la cosecha propia y generar marca. Despacio, sin atajos, Baloiro y Leiros son ya clásicos de mencía y godello. Miembro de una larga estirpe de viticultores y productores de graneles, cree que el futuro pasa por crear marca y valor añadido al territorio y no por el corto plazo.
“Hay gente que hace un cálculo sencillo: si produzco con la calidad que me exige la DO, con producciones máximas de 6.000 kilos por hectárea, necesito que me paguen la uva por encima del euro el kilo. En cambio, si produzco cantidad frente a calidad y la vendo libremente en jaulas hacia pequeños particulares de Galicia, por ejemplo, a 25 céntimos, como puedo llegar a producciones de 30.000 o 40.000 kilos por hectárea, incluso más, las cuentas son claras: prefiero la cantidad”, dice.
Fuentes consultadas por la SEVI apuntan a que un año de cosecha normal en España, salen del Bierzo para vino de mesa más de 5 millones de kilos de uva. Una cantidad nada desdeñable, que si bien no hipoteca a la DO porque tiene margen para seguir creciendo, sí advierte de este problema estructural del sector.
Amigo cree que hace falta explicar mejor que la marca del territorio y el valor del viñedo es nuestro principal aval. “El viticultor tiene que pensar que no es solo cuántos dividendos le saca a su empresa, que es su viña, sino el valor de sus acciones, es decir, de la propia viña. Eso es lo más importante, y eso solo se consigue con calidad, producciones limitadas y los consiguientes precios altos”.
Para José Luis Prada, de Palacio de Canedo y con cuarenta años en el sector, los precios son la principal causa de desmotivación de los viticultores, que ven cómo pierden dinero o, en el mejor de los casos, producen “sin una cultura de la calidad, y esa pobreza mental nos lleva al abandono”.
Sin incentivos en euros no hay calidad en las cepas, “porque la viña es un cultivo diferente, ancestral, que la gente quiere, que presume de ello, que disfruta y que puede dar dinero si se paga a 60 céntimos, por decir algo”, apunta.
En El Bierzo el minifundio también ha puesto el viñedo en manos de una miríada de propietarios que, en muchos casos, han mantenido la viña familiar al tiempo que trabajaban en otros sectores ajenos al campo.
La viña ha sido un deporte para el fin de semana y un complemento económico, que como tal complemento, en el momento en que fallaba se dejaba de lado porque no era la principal actividad. No había miras a largo plazo.
Y es que si las viñas se han abandonado en un 20%, más dramático es el descenso del número de viticultores, que lo ha hecho en un 50% en los últimos quince años, sobre todo en las cooperativas.
Los mayores no dejan continuidad, los jóvenes no ven atractiva la viña y, en el mejor de los casos, se vende a alguna bodega. Con el agravante de que si hace unos años había muchos inversores interesados en comprar bodegas y viñedos, en la actualidad la crisis se ha llevado por delante a muchos de esos, quedando en pie los viticultores de toda la vida que, en general, tienen viñedo suficiente para sostener sus ventas.

Viticultura homérica

Más de dos tercios del viñedo acogido a la DO tienen más de setenta años. Son viñedos viejos, los más solicitados por las 73 bodegas adscritas y de las que salen esos grandes vinos envejecidos que tan buenas puntuaciones reciben por el mundo adelante.
Pero los viñedos viejos están en un territorio hostil desde el punto de vista de la rentabilidad fácil: parcelas pequeñas, en el piedemonte con desniveles que dificultan el laboreo, en manos de muchos propietarios y plantadas en vaso, lo que obliga a vendimiar a mano e impide casi cualquier tipo de mecanización.
Es una viticultura homérica, que diría el personaje de El Hombre Tranquilo, una viticultura que es la misma que se ha hecho hace miles de años.
“No podemos competir con otras regiones de España más que reivindicando nuestra singularidad, el que precisamente están así las viñas, que son viejas y que seleccionamos la uva a mano, pero eso no lo entiende de golpe el mercado, y si el mercado no paga la botella el viticultor no cobra la uva”, dice Miguel Ángel Amigo que aboga porque todas las bodegas reduzcan costes de marketing y valoren más la uva.
“Tenemos que hacer un esfuerzo continuado entre todos, porque esto no lo consiguen unas pocas bodegas”, dice. Solo así se frenará el abandono del viñedo, y especialmente el más interesante, el de los viñedos viejos en vaso.
Misericordia Bello, presidenta del Consejo Regulador, recuerda que otras comarcas partieron de pequeñas superficies y crecieron, como Rías Baixas, que en origen la DO contó con 237 hectáreas y hoy ronda las 3.000. “Lo consiguieron a base de calidad, de distinción, de marca, y han llegado a pagar la uva a 2,5 euros, y venden por encima de los cuatro, cinco o seis euros la botella de vinos jóvenes”.
Ese es el espejo en el que mirarse, donde el eucalipto ha dejado paso al viñedo para alegría del paisaje… y de los agricultores, que le sacan más partido.
“Pero lo prioritario ahora es detener el abandono”, insiste. Ella misma en su empresa (Bodega Martínez Yebra) han recuperado viñedo que llevaba varios años abandonado, “pero cuando pasa demasiado tiempo y dependiendo de las características que genta, puede ser demasiado tarde”.

Hay margen para seguir creciendo

Los embotellados de vino del Bierzo están asegurados con la superficie actual de viñedo hasta en un doble de las ventas actuales. Si hoy se venden 8,5 millones de botellas al año, en una cosecha normal de unos 15-18 millones de kilos nos permite seleccionar bien lo que llevará contraetiqueta (el pasado año se han recogido 13,17 millones).
Para la presidenta del Consejo Regulador, hay que crear un círculo virtuoso de más precio de la botella de Bierzo para conseguir más precio en la uva y que se frene la sangría de abandono. Con ello se conseguiría reforzar el atractivo del paisaje que es lo que diferencia El Bierzo de otras regiones vitivinícolas, lo que lo hace diferente, atractivo y por lo que los consumidores están dispuestos a pagar más.
Lleva menos de un año al frente de la institución y entre sus objetivos prioritarios está el frenar ese abandono. “Queremos un a DO puntera que como las grandes del mundo sean reconocibles por sus viñedos y el paisaje que forman”, dice, como principal valor de marca.
Para ello van a suscribir un acuerdo con el Banco de Tierras del Bierzo, organismo público que pone en contacto a agricultores sin tierra con propietarios sin brazos que la labren, para que cada viña vieja que corra peligro de abandono sea “adoptada” por nuevos agricultores que le saquen partido.
Un paisaje como el berciano que mantenga en pie su viñedo lo convierte en la Borgoña o la Toscana española, creando sinergias con el sector turístico en un enclave ya de por sí atractivo por poseer dos Patrimonios de la Humanidad, una Reserva de la Biosfera y ser atravesado por la calle mayor de Europa, el Camino de Santiago.
La respuesta al reto la tiene el propio sector: vender mejor para pagar mejor.

Publicado originalmente en la Semana Vitivinícola, julio 2015

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